Cada vez que los niños de la guardería no terminaban su comida, la maestra llegaba con un pequeño tazón.

Ella era una nueva empleada en la guardería y no había pasado ni una semana, así que aún no se había adaptado completamente.

Como con cualquier cambio nuevo, las sorpresas eran inevitables. Dado que los niños traían su propia vajilla, eran ellos quienes se encargaban de recogerla.

Solo tenía que apilar todo en un carrito y llevarlo para desinfectarlo. Esta rutina duró aproximadamente una semana, pero de repente algo cambió.

Cada vez que los niños de la guardería no terminaban su comida, la maestra llegaba con un pequeño tazón.

Durante el almuerzo, los niños empezaban a apartar sus platos y dejaban los filetes intactos.

Luego, después de terminar su segundo plato, comenzaban lentamente a apartar los platos con los filetes intactos. De repente, la cuidadora regresaba, no con las manos vacías, sino con una olla grande.

Ella tenía una expresión sorprendida en el rostro, pero su experimentada compañera de cuidado, Natalia, le guiñó un ojo y dijo: «Tiene un esposo muy hambriento en casa, y también hay un gato caprichoso a quien le encantan los pescados y filetes de la guardería».

Cada vez que los niños de la guardería no terminaban su comida, la maestra llegaba con un pequeño tazón.

«Pero, ¿cómo…», comenzó la nueva cuidadora perpleja.

«No te preocupes, no vendrá todos los días», la tranquilizó Natalia.

Mientras tanto, la directora del cuidado había ido a todas las mesas y se acercaba con la firme intención de inspeccionar el carro de la vajilla, para ver si quizás se había deslizado algo comestible.

Cuando apartó algunos platos, descubrió una milanesa de pollo ligeramente arrugada y exclamó de repente: «Las doradas puedo venderlas en la tienda».

«Deja que mi esposo las coma, así puede atragantarse, mi querido». Todos los presentes no pudieron contener una sonrisa.

Cada vez que los niños de la guardería no terminaban su comida, la maestra llegaba con un pequeño tazón.

Esto duró aproximadamente un mes. Un día, cuando los empleados de la guardería regresaron de su turno, vieron volantes pegados en postes de luz que decían: «Te alimentaré y abrigaré de forma gratuita».

Los anuncios impresos fueron creados en la impresora del contador local y tenían un error notable: al final de la página, se había impreso una línea tenue.

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